



"Línea"
Objeto. Dimensiones variables.
Escombros recogidos en la calle 26, Bogotá.
2010.
NO SOY UN PEREGRIN, NO SOY UN PASEANTE,
NO SOY UN VAGABUNDO, NO SOY UN TURISTA
La llegada del forastero siempre es intrusiva en el nuevo lugar. Resulta difícil mantenerse inmune, no dejarse permear por él. Toda partida implica un cambio, una molestia, voluntaria o involuntaria. La postura corporal cambia. Si antes se llevaba la cabeza en alto mientras se cruzaba la calle, en el nuevo territorio el cuerpo se encorva y los ojos se clavan en él, porque está sin dominar. Todo es diverso y la identidad se vuelve indecisa, se duda de ciertas cotumbres, como el acento o la manera de hablar para intentar una comunicación aceptable, aún con quienes comparten la misma lengua materna.
¿Cómo contener la identidad si se dispersa como una espora? Descubro que la identidad es un juego, una negociación constante del "yo", para ser otro y participar del "yo me diferencio de usted", pero también "puedo parecerme a usted", porque como explica Flusser "el expulsado amenaa la 'naturaleza particular' de los nativos originales." [6.]
La identidad es una herida abierta mientras no se asimile el nuevo lugar. Con el tiempo y la costumbre se llega a recuperar la tranquilidad, se aprende en el "entre" de dos espacios: el que se deja y el de llegada, destino al cual, sin embargo, no termina de llegar porque "Una vez que se está ahí sigue siendo extranjero, y mientras siga siéndolo, en lugar de simplemente 'naturizarse', su llegada no cesa: él sigue llegando y ella no deja de ser en algún aspecto una intrusión: es decir, carece de derecho y de familiaridad, de acostumbramiento. En vez de ser una molestia, es una perturbación en la intimidad." [7.]
El desplazamiento por este espacio indeterminado activa dificultades como la de olvidar el destino, la de querer estar en otro lugar donde se está mejor o la de sentir que nunca se ha llegado al lugar deseado. La experiencia del caminar podría equivaler a la de un peregrino que anhela el lugar de llegada y lo convierte en una morada que le tienta a quedarse. El peregrinaje es el acto de abandonar el hogar y conferirle dignidad al hecho de romper las raíces que le atan, para sentirse verdaderametne un ser humano:
"El peregrinaje es lo que hacemos por necesidad, para evitar perdernos en un desierto; para conferir una finalidad al caminar mientras vagamos sin rumbo por la tierra. Al ser peregrinos, podemos hacer más que caminar: podemos caminar hacia. Podemos reflexionar sobre el camino pasado y verlo como un progreso hacia, un avance, un acercamiento a; podemos distinguir entre 'atras' y 'adelante', y trazar el 'camino por delante' como una sucesión de huellas que aún tienen que marcar como cicatrices de viruela la tierra sin rasgos." [8.]
El acto de caminar por otros parajes puede traer a la conciencia la identidad que otorga sentido al errar por el mundo. Deja huellas que dan forma a lo informe, permite sentir la distancia entre el momento presente y lo que está por alcanzar, entre el espacio y el tiempo en los que se halla la insatisfacción del aquí y ahora: "El espacio es una función del tiempo" y "Aquí está en espera, 'allí' está la gratificación" [9.]
Debería haber un mundo hospitalario para los peregrinos, para los constructores de su propia identidad, en el que las huellas de sus pies queden grabadas para siempre a fin de mantener el registro de viajes pasados. Pero preservarlas en el tiempo es una batalla perdida, puesto que el mundo se ha hecho flexible igual que la construcción de la identidad. El suelo que pisamos para asegurarnos de dejar una marca, a pesar de ser húmedo o buscarlo así, no la conserva.
No soy peregrina, pero el deso y el rechazo me movilizan. Nunca se está mejor aquí o ahora. La expextativa siempre fue la espera de la hospitalidad. El fracaso acompaña de la mano a las expectativas, en un intento por preservar lo que se tiene, por jurar lealtad a algo o a alguien o por hacer que el pasado pese sobre el presente como una maleta que se llena de cosas y que puede resultar incómoda, para terminar hipotecando el futuro. Se fracasa en la pretención de no apegarse emocionalmente a las personas, a los lugares, a las cosas y a un estilo de vida. He cambiado y la identidad puede ser un lastre que no deja avanazar. Desde este punto de vista el "entre", el recorrido efectuado, el lugar de partida y el de llegada, incluso el nuevo lugar por desear, se fragmentan en una dimensión temporal:
"El resultado global es la fragmentación del tiempo en episodios, cada uno de ellos amputado de su pasado y su futuro, cerrado en sí mismo y autónomo. El tiempo ya no es un río, sino una serie de lagunas y estanques." [10.]
No soy un flâneur aunque trate de camuflarme como un extraño más ente quienes son extraños para mí, a fin de no llamar la atención. El único sosiego ha sido experimentar el hecho de ser una "feliz anónima"; nadie me conoce en esta ciudad, posiblemente nunca me encontraría con un conocido. Pasó al principio, aunque en el fondo deseaba que alguien conocido me reconociera y se acercara a darme un abrazo cuando lo necesitaba. Siempre imaginaba estos encuentros y en cómo cambiaría el destino de ambos. El avanzar hacia algún lugar puede ser una tarea estoica, contraria a la del paseante que disfruta su recorrido y emplaza su agrado en el lugar, puesto que muchos lugares se hicieron para el ocio pero no para morar en ellos. Y el ocio es efímero.
Tampoco soy una vagabunda, pero transité por lugares donde el paso está prohibido. Como extraña, el desconocimiento hizo que ignorara los peligros del paso, así como los medios para llegar. Dudo que alguna vez llegara al lugar deseado con las indicaciones que me dieron. Los límites de espaciar un lugar tenían que ver con la determinación de estar lo más cerca de éste, pero no propiamente emplazada en él, puesto que tenían la ambivalente cualidad de deseo y rechazo:
"Cada lugar es para el vagabundo una parada transitoria, pero él nunca sabe cuánto se quedará allí; dependerá de la generosidad y paciencia de los residentes, pero también de las noticias de otros lugares capaces de despertar nuevas esperanzas (deja a sus espaldas las esperanzas frustradas y las esperanzas no confirmadas lo empujan hacia adelante)". [11.]
El hogar puede ser un lugar de reposo, puede ser habitual, de uso acostumbrado con el tiempo, pero no propio, sin llegar a pertenecernos. Casi nunca digo "vamos a mi casa", no me pertenece, en cambio digo "...en la casa donde vivo..."; y el correo suele llegar a la casa de mis amistades más cercanas.
"Donde vaya el [vagabundo] es un extranjero; nunca puede ser 'el nativo', 'el asentado', alguien con 'raíces en la tierra' (está demasiado fresco el recuerdo de su llegada, es decir, del hecho de que antes estaba en otra parte). Alimentar un sueño de afincarse sólo puede terminar en la recriminación mutua y la amargura. Es mejor, por ende, no acostumbrarse demasiado al lugar. Y después de todo, está la tentación de otros sitios aún no visitados, tal vez más hospitalarios y sin duda en condiciones de brindar nuevas posibilidades. Atesorar el propio desarraigo es una estrategia sensata, que da a todas las sensaciones un aroma de 'válidas hasta nuevo aviso', permite mantener vigentes todas las opciones e impide hipotecar el futuro. Si los nativos dejan de entretener, siempre se puede tratar de buscar otros más divertidos." [12.]
No soy turista, pero practico el "turismo por necesidad". La experiencia de conocer otros lugares puede ser agradable. O puede se obligada y provocar el miedo a perderse. El turista está atento a lo extraño que ya no asusta porque está domado, domesticado, porque está incluido en el paquete de algo nuevo que se puede abandonar cuando se quiera. No conozco toda esta ciudad, pero cuando visito un nuevo lugar estoy atenta a eso que por no ser nativa me puede llamar la atención y no pasar desapercibido. Incluso también me puede resultar familiar, o tal vez deseo que se me haga familiar. Todo es un problema de mirada.
Aquí las calles desconocidas pueden agotarse y los lugares pueden dejar de ser extraños dependiendo con la frecuencia con que los habitemos. Pero si los dejamos, y duele dejarlo, es porque nos estamos arraigando. Volver al lugar de origen también se tiñe de extrañeza: sus calles ya no se dibujan tan nítidas como antes.
Citas:
[1.] PEREIRA GAMBA, Benjamín, 1919: 228. Citado por Eduado Zúñiga Erazo en Nariño, Cultura e ideologría. Pasto: Universidad de Nariño, Gobernación de Nariño, Alcaldía Municipal de Pasto, Fundación para la Investigación y el Desarrollo de Nariño, 2002. Ps. 298 - 299.
[2.] Vilém Flusser, "Exilio y creatividad" en Sobre el Arte, seminario
[3.] CARNEGIE-WILLIAMS, Rosa. "Un año en los Andes o una aventura de una lady en Bogotá" en ROJAS OROZCO, Rodrigo. Humedales en la Sabana de Bogotá: una mirada histórica durante los siglos XV a XIX. Bogotá: Alcaldía Mayor, 2000. P. 59
[4.] Íbid. P. 59.
[5.] FAYAD, Luis. Los parientes de Esther. Bogotá: Editorial La Oveja Negra, 1984.
[6.] Op. cit. FLUSSER, Vilém
[7.] NANCY, Jean-Luc. El intruso. Buenos Aires: Amorrortu Editores, 2006. P. 12.
[8.] BAUMAN, Zygmunt. "De peregrino a turista, o una breve historia de la identidad" en Cuestiones de identidad cultural. HALL, Stuart y Paul du Gay (comps.) Buenos Aires: Amorrortu Editores, 2003. P. 46.
[9.] Ibid., P. 47.
[10.] Ibid., P. 52.
[11.] Ibid., P. 57.
[12.] Ibid., P. 57 - 58.